Dice una prostituta de nombre Sabrina que atendió a Luis Miguel en su reciente visita a Argentina. La muy ladina, además, dice que le cobró 1,500 dólares por una hora y media de sabroseada.
Muy mal. Es de todos sabido que una de las responsabilidades elementales de una profesional de estas artes es la de cuidar la identidad de quienes te contratan. Es algo así como el secreto profesional. Revelar a quien has atendido es una canallada, no es sólo no ser noble, sino faltar a un trato, no cumplir con la parte del compromiso por el que recibiste un pago.
Hay gente que piensa que sólo contratan sexo quienes no pueden conseguirlo gratis. La verdad es que no.
La mayoría de los hombres que contratan los servicios de una prostituta son señores o jóvenes buena onda y sin pedos, gente atractiva, solvente, alegre, que simplemente quieren divertirse sin necesidad de hacer promesas ni declaraciones amorosas, que no quieren pasar a nadie por los trámites del ligue, sino directamente por las armas. Traen ganas de sacarse el veneno, de echar pata, de una descremadita.
Nada tiene de malo un acostón sin consecuencias, hacerle el amor a alguien sin más compromiso que el inmediato, pagar una cuenta, divertirte y a seguir con tu vida. Si te conozco, no me acuerdo.
A muchas de nosotras nos ha tocado atender a personalidades. Actores, políticos, deportistas, cantantes y otras celebridades de las más diversas procedencias, sin embargo, si algo les puedo asegurar, es que de ninguna manera daría yo información que siquiera permitiera insinuar la identidad de una persona que me haya contratado. Incluso cuando describo a alguien en las narraciones de mi columna en el periódico, procuro dar alguna información falsa que confunda y sirva de coartada, puedo describir a un morenito como muy blanco o a un gigante como chaparrito, cualquier cosa que permita no comprometer al cliente.
Así es esto, es nuestro deber como profesionales. Nomás por eso, gran tache a la tal Sabrina, además creo que es puro choro de una chava con ganas de reflectores. En fin... Ya es el último día del 2010, adiós bicentenarios...
Muy mal. Es de todos sabido que una de las responsabilidades elementales de una profesional de estas artes es la de cuidar la identidad de quienes te contratan. Es algo así como el secreto profesional. Revelar a quien has atendido es una canallada, no es sólo no ser noble, sino faltar a un trato, no cumplir con la parte del compromiso por el que recibiste un pago.
Hay gente que piensa que sólo contratan sexo quienes no pueden conseguirlo gratis. La verdad es que no.
La mayoría de los hombres que contratan los servicios de una prostituta son señores o jóvenes buena onda y sin pedos, gente atractiva, solvente, alegre, que simplemente quieren divertirse sin necesidad de hacer promesas ni declaraciones amorosas, que no quieren pasar a nadie por los trámites del ligue, sino directamente por las armas. Traen ganas de sacarse el veneno, de echar pata, de una descremadita.
Nada tiene de malo un acostón sin consecuencias, hacerle el amor a alguien sin más compromiso que el inmediato, pagar una cuenta, divertirte y a seguir con tu vida. Si te conozco, no me acuerdo.
A muchas de nosotras nos ha tocado atender a personalidades. Actores, políticos, deportistas, cantantes y otras celebridades de las más diversas procedencias, sin embargo, si algo les puedo asegurar, es que de ninguna manera daría yo información que siquiera permitiera insinuar la identidad de una persona que me haya contratado. Incluso cuando describo a alguien en las narraciones de mi columna en el periódico, procuro dar alguna información falsa que confunda y sirva de coartada, puedo describir a un morenito como muy blanco o a un gigante como chaparrito, cualquier cosa que permita no comprometer al cliente.
Así es esto, es nuestro deber como profesionales. Nomás por eso, gran tache a la tal Sabrina, además creo que es puro choro de una chava con ganas de reflectores. En fin... Ya es el último día del 2010, adiós bicentenarios...
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Preparémonos para la fiesta...