Querido Diario:
¿Qué si me masturbo todos los días? No. Sólo lo hago cuando estoy caliente y no me siento satisfecha. También cuando tengo insomnio. No lo neguemos, la masturbación es deliciosa. Tiene muchas cualidades, la primera, es que no tienes que quedar bien más que contigo. La segunda, es que sinceramente, nadie puede conocer mejor tus gustos, ritmo y masajes favoritos que tú; la tercera, masturbarte es de lo más relajante.
Ayer, como las diez y media de la noche, estaba en mi cama, con una buena película porno en la tele y mis deditos a punto de ponerse a consentir la parte más delicada de mi cuerpo (la imaginación, mal pensado), cuando de pronto ((((bzzzzz)))) Un zumbido en el celular me distrajo y me hizo pegar un brinco. Lo revisé.
Era Memo, un cliente buena onda, parrandero y divertido. No es el tipo más guapo de México, pero tiene algo que lo hace apetecible, no sé, tal vez sea su personalidad, o el hecho de que tiene una tremenda vibra sexual. De esos hombres que, aún sin vérsela, ya sabes que la tiene rica, de buen tamaño y sabe moverla. Es un tipo que se antoja para coger, pues.
El caso es que me agarró con las manos en la masa, bien caliente y más con ánimo de seguir en lo mío que de contestarle, aun así, lo hice:
Memo: Hola Lulis ¿Cómo tas?
Lulú: ¡Memito! <3 bien="" p="" t="" y="">3>
Memo: También guapa ¿Qué ondita? ¿Podemos vernos ahorita?
Lulú: Caray Memo, no, ahorita no.
Memo: Anda, que ya estoy en el motel.
Lulú: Me hubieras hablado antes, ahorita no puedo.
Memo: ¿Estás ocupada?
Lulú: No. Ya estoy en pijama, descansando (ajá).
Memo: ¿En pijama?
Lulú: Sí
Memo: No puedes mantener un poco la fantasía. Yo imaginaba que dormías desnudita.
Lulú: ¿Y ahora cómo imaginas que duermo?
Memo: En mameluco
Lulú: Ja, ja, ja, no, no uso mameluco, pero tú puedes imaginarme durmiendo como quieras.
Memo: Pues entonces te imagino durmiendo conmigo.
Lulú: ¿Roncas?
Memo: No
Lulú: Entonces va. Imagínate durmiendo conmigo.
Memo: Pero ya imaginándome eso no me conformo con dormir. Al menos déjame besarte el ombliguito.
Lulú: ¿Mi ombliguito? Deja mi ombligo en paz.
Memo: No seas egoísta, se me antojó.
Lulú: Con tus antojos hago manojos.
Memo: Pues es mi imaginación así que te aguantas.
Lulú: Ja, ja, ja.
Memo: No te rías ¿A poco no se te antoja?
Lulú: ¿Qué me beses el ombligo?
Memo: No. Bueno si, pero yo digo coger.
Lulú: Pues así como que antojo, antojo. Ni que fueras tacos al pastor.
Memo: Te conozco. Eres antojadiza.
Lulú: Ja, ja, ja, si tú lo dices.
Memo: Anda, no seas flojita, levántate y vente al motel. Es trabajo, no placer. Sé profesional Lulú, ja, ja.
Lulú: No, por hoy ya cerré el changarro. Estoy en pijama.
Memo: ¿Y eso qué? Estés en pijama, pants, vestido, jeans o en botarga del Doctor Simi, la idea es que aquí te quites lo que traigas.
Lulú: Pues sí, pero me tendría que arreglar.
Memo: No. Es más, si quieres ponte un abrigo sobre la pijama y vente ¿Cómo la ves?
Lulú: No mames, cómo crees.
Memo: Sí, así veo qué tan sexy duermes y saco el mameluco de mi cabeza.
No era tan tarde, yo estaba más caliente que cuando comencé a masturbarme y francamente de hacérmelo con los dedos a cobrar por lo mismo con un cliente que además coge riquísimo. La idea era seductora. De todos modos tardé en contestar.
Lulú: Está bien ¿En qué habitación estás?
Memo: En la 403
Lulú: ¿Del Villas?
Memo: Si, del Villas
Lulú: Allá te veo.
Memo: Aquí te espero.
Él me esperaba en pijama, así que no debía esmerarme en mi arreglo. De hecho, según lo acordado, podía ponerme encima un abrigo y salir así, en caliente. De todos modos, como dicen Los Horóscopos, “antes muerta que sencilla”. Me di una ducha rápida, retoqué el maquillaje, lavé mis dientes, me puse unos pants dos tres cachondones, una ombliguera, me hice una cola de caballo y salí rumbo al motel. Treinta minutos después del último mensaje, estaba frente a su puerta. Toc, toc, toc.
Desde luego, la calentura que traía cuando estaba comenzando a masturbarme se había acumulado ya entre mis piernas de un modo tan abrumador, que honestamente sentía palpitaciones en mi vulva. Algo así como un vacío que necesita ser llenado, como la sensación de hambre, pero no precisamente en el estómago. Entre mis muslos latía la agonía sabrosa de saber que en unos segundos recibiría un miembro exquisito, que estaría calmando mi ansiedad en cada clavada.
En cuanto me recibió, me le colgué del pescuezo dándole un beso en la boca de esos que fabrican erecciones instantáneas. No tenía ya ganas de otra cosa que de sexo intenso, cachondo. El faje fue de menos a más en segundos, antes de darme cuenta ya estaba yo de rodillas, lamiendo su miembro por todo lo largo del tallo, con una mano recargada en su muslo y la otra acariciando sus pelotas.
Instantes después estaba arrinconada contra la pared, y él, como lo había prometido en sus mensajes, comía la sal de mi ombliguito. Las venas me ardían y un deseo incontrolable me tenía poseída. Por fin cuando me arrancó la ropa y allí mismo, de pie, arrinconada contra el muro de la habitación, me clavó su miembro, el orgasmo vino casi de inmediato.
La noche fue deliciosa. Cuando regresé a mi casa, ya sin necesidad de masturbarme, no podía creer que, además, cobré por eso.
Un beso,
Lulú Petite