Memito



Querido Diario:

¿Qué si me masturbo todos los días? No. Sólo lo hago cuando estoy caliente y no me siento satisfecha. También cuando tengo insomnio. No lo neguemos, la masturbación es deliciosa. Tiene muchas cualidades, la primera, es que no tienes que quedar bien más que contigo. La segunda, es que sinceramente, nadie puede conocer mejor tus gustos, ritmo y masajes favoritos que tú; la tercera, masturbarte es de lo más relajante.

Ayer, como las diez y media de la noche, estaba en mi cama, con una buena película porno en la tele y mis deditos a punto de ponerse a consentir la parte más delicada de mi cuerpo (la imaginación, mal pensado), cuando de pronto ((((bzzzzz)))) Un zumbido en el celular me distrajo y me hizo pegar un brinco. Lo revisé.

Era Memo, un cliente buena onda, parrandero y divertido. No es el tipo más guapo de México, pero tiene algo que lo hace apetecible, no sé, tal vez sea su personalidad, o el hecho de que tiene una tremenda vibra sexual. De esos hombres que, aún sin vérsela, ya sabes que la tiene rica, de buen tamaño y sabe moverla. Es un tipo que se antoja para coger, pues.

El caso es que me agarró con las manos en la masa, bien caliente y más con ánimo de seguir en lo mío que de contestarle, aun así, lo hice:

Memo: Hola Lulis ¿Cómo tas?
Lulú: ¡Memito! <3 bien="" p="" t="" y="">
Memo: También guapa ¿Qué ondita? ¿Podemos vernos ahorita? 
Lulú: Caray Memo, no, ahorita no.
Memo: Anda, que ya estoy en el motel.
Lulú: Me hubieras hablado antes, ahorita no puedo.
Memo: ¿Estás ocupada?
Lulú: No. Ya estoy en pijama, descansando (ajá).
Memo: ¿En pijama?
Lulú: Sí
Memo: No puedes mantener un poco la fantasía. Yo imaginaba que dormías desnudita.
Lulú: ¿Y ahora cómo imaginas que duermo?
Memo: En mameluco
Lulú: Ja, ja, ja, no, no uso mameluco, pero tú puedes imaginarme durmiendo como quieras.
Memo: Pues entonces te imagino durmiendo conmigo.
Lulú: ¿Roncas?
Memo: No
Lulú: Entonces va. Imagínate durmiendo conmigo.
Memo: Pero ya imaginándome eso no me conformo con dormir. Al menos déjame besarte el ombliguito.
Lulú: ¿Mi ombliguito? Deja mi ombligo en paz.
Memo: No seas egoísta, se me antojó.
Lulú: Con tus antojos hago manojos.
Memo: Pues es mi imaginación así que te aguantas.
Lulú: Ja, ja, ja.
Memo: No te rías ¿A poco no se te antoja?
Lulú: ¿Qué me beses el ombligo? 
Memo: No. Bueno si, pero yo digo coger.
Lulú: Pues así como que antojo, antojo. Ni que fueras tacos al pastor.
Memo: Te conozco. Eres antojadiza.
Lulú: Ja, ja, ja, si tú lo dices.
Memo: Anda, no seas flojita, levántate y vente al motel. Es trabajo, no placer. Sé profesional Lulú, ja, ja.
Lulú: No, por hoy ya cerré el changarro. Estoy en pijama.
Memo: ¿Y eso qué? Estés en pijama, pants, vestido, jeans o en botarga del Doctor Simi, la idea es que aquí te quites lo que traigas.
Lulú: Pues sí, pero me tendría que arreglar.
Memo: No. Es más, si quieres ponte un abrigo sobre la pijama y vente ¿Cómo la ves?
Lulú: No mames, cómo crees.
Memo: Sí, así veo qué tan sexy duermes y saco el mameluco de mi cabeza.

No era tan tarde, yo estaba más caliente que cuando comencé a masturbarme y francamente de hacérmelo con los dedos a cobrar por lo mismo con un cliente que además coge riquísimo. La idea era seductora. De todos modos tardé en contestar.

Lulú: Está bien ¿En qué habitación estás?
Memo: En la 403
Lulú: ¿Del Villas?
Memo: Si, del Villas
Lulú: Allá te veo.
Memo: Aquí te espero.

Él me esperaba en pijama, así que no debía esmerarme en mi arreglo. De hecho, según lo acordado, podía ponerme encima un abrigo y salir así, en caliente. De todos modos, como dicen Los Horóscopos, “antes muerta que sencilla”. Me di una ducha rápida, retoqué el maquillaje, lavé mis dientes, me puse unos pants dos tres cachondones, una ombliguera, me hice una cola de caballo y salí rumbo al motel. Treinta minutos después del último mensaje, estaba frente a su puerta. Toc, toc, toc.

Desde luego, la calentura que traía cuando estaba comenzando a masturbarme se había acumulado ya entre mis piernas de un modo tan abrumador, que honestamente sentía palpitaciones en mi vulva. Algo así como un vacío que necesita ser llenado, como la sensación de hambre, pero no precisamente en el estómago. Entre mis muslos latía la agonía sabrosa de saber que en unos segundos recibiría un miembro exquisito, que estaría calmando mi ansiedad en cada clavada.

En cuanto me recibió, me le colgué del pescuezo dándole un beso en la boca de esos que fabrican erecciones instantáneas. No tenía ya ganas de otra cosa que de sexo intenso, cachondo. El faje fue de menos a más en segundos, antes de darme cuenta ya estaba yo de rodillas, lamiendo su miembro por todo lo largo del tallo, con una mano recargada en su muslo y la otra acariciando sus pelotas.

Instantes después estaba arrinconada contra la pared, y él, como lo había prometido en sus mensajes, comía la sal de mi ombliguito. Las venas me ardían y un deseo incontrolable me tenía poseída. Por fin cuando me arrancó la ropa y allí mismo, de pie, arrinconada contra el muro de la habitación, me clavó su miembro, el orgasmo vino casi de inmediato.

La noche fue deliciosa. Cuando regresé a mi casa, ya sin necesidad de masturbarme, no podía creer que, además, cobré por eso.

Un beso,
Lulú Petite





Pinche Mat


Si gordito, lo siento ¿Para qué voy a engañarte? Ayer estuve con un cliente que me recordó mucho a ti. No sólo porque físicamente se te parecía cañón, sino por su forma de ser, entre tímido y gracioso, no muy bueno para el catre, pero con vocación de mal comediante y exasperantemente tierno.

Llegué al motel como a las seis de la tarde. Me recibió con una sonrisa y un beso. Te juro que todavía no me acostumbro a la idea cuando alguien me dice que le emociona conocerme.

Escribir es un acto profundamente solitario. Cuando lo hago, tú lo sabes, sólo estamos mi computadora y yo, párale de contar. Cuando alguien lee lo que escribo se convierte en un acto social. Que alguien me preste un rato sus ojitos para leer las cosas que escribo me hace sentir muy agradecida. El caso es que, aun así, no veo a quienes me leen, de modo que cuando alguien me dice que se emociona de conocerme, yo me chiveo todita, no sé qué decir. Me agarra en curva.

El asunto es que él estaba así, diciéndome una y otra vez que le encantaba conocerme, que las arañas y esas cosas. Realmente se ve que me ha leído desde hace mucho, que lo disfruta y que estaba muy contento de, al fin, poder coger conmigo. Incluso gordito, has de saber que me comentó que te envidia. Que le gustaría ser el nuevo Mat. Claro, sin amistades íntimas ni prohibiciones de cama.

Estábamos platicando  maravillosamente, pero parecía demasiado tímido para dar el primer paso, como si no se atreviera a pedirme que comenzáramos a coger. Estaba a punto de tomar yo la iniciativa, cuando de pronto, me tomó de las manos y mirándome a los ojos con más afecto que lujurua, me dijo igualito que como tú me dices:

-Te ves hermosa princesita.

Hasta pensé que te habían clonado o que te habías disfrazado para volver a poncharme. Entonces me clavó la mirada con mayor insistencia y se acercó para darme un beso.

No he de negarlo panzas, fue un buen beso. De esos que van abriendo el apetito y calentando motores. Con sus manos dibujó caricias por encima de mi cuerpo, como contoneándolo o como si fuera el tacto de un escultor reconociendo la arcilla. Apretó mis pechos y sacándolos con delicadeza de mi vestido, puso sus labios en ellos. No los besó, más bien pasó la lengua por la piel y los pezones como probando su sabor. Me gustó.

Entre sus gemidos, nuestras caricias fueron subiendo de tono. Yo me agarré de él y me dejé querer. Poco a poco nos fuimos quitando la ropa. En la cama nos abandonamos a las sensaciones placenteras. Caricias, besos, orgasmos, fricción, miradas, quejidos, emociones.

Después de varios minutos, reventó con un grito ahogado que llenó el preservativo. Se mantuvo unos segundos inmóvil igualito a como le haces tú y luego se tumbó en el colchón, con la mirada al techo, los párpados a media asta, una sonrisa boba y la respiración agitada. Se quitó el condón y siguió acariciándosela hasta que regresé con unos pañuelos desechables y le ayudé a limpiarse el batidillo.

Ya sé, mi adorado Mat que no te gusta que te cuente estas cosas. Que te encabrona saber los detalles de mi vida sexual, especialmente cuando has dejado de formar parte de ella.

No sé por qué si te dan celos saber todo esto sigues leyendo lo que escribo. Tú sabes que te quiero un chingo y que tener un amigo como tú es una de esas cosas que me hacen sentir afortunada, pero no tengo la culpa de que tú quieras otra cosa.

Ni modo corazón, quedamos en que si queríamos seguir siendo amigos no podíamos ser amantes, no podrías seguir siendo mi cliente ni volveríamos a coger. No te puedo pedir que dejes de leer lo que escribo, si te molesta, si no te gusta saber que, como en la canción de timbiriche, me cojo con todos menos contigo, entonces no lo hagas. Lee otra cosa, piensa en algo distinto, de lo contrario, lo tuyo no es amor, es masoquismo.

Todo esto te lo dije el martes, cuando me reclamaste el tono en que escribí mi aventura con Güicho, la tarde de la marcha de los maestros. Lo que no esperaba fue tu respuesta:

-¿Por qué te leo? Por curiosidad, para encontrar entrelíneas, a la mujer que conozco, que no es tan cachonda ni tan divertida, pero que sabe conmoverme. Te leo porque he aprendido a adivinar, por el tono de lo que escribes, cómo está tu corazón. Cuando todo va bien y empiezas a poner cosas cursis y a veces aburridas o cuando traes atravesada alguna congoja y te pones cachonda, te haces la muy canija. Leyéndote cacho cuando andas alocada y te pones provocativa; noto cuando quieres verme o cuando no me quieres ni tantito cerca. Te leo porque he descubierto que lo que escribes es un termómetro de tu estado de ánimo.

-¿Ah sí?- Respondí sorprendida, pero retadora -¿Muy cabroncito? ¿Dime cómo estoy ahora?
-Preciosa- contestó evadiendo.
-No, ahora me dices, si de verdad eres tan experto en mi estado de ánimo.
-Ahora, estás esperando.
-¿Esperando?
-Sí, al próximo pendejo que te rompa el corazón.

Pinche Mat, me caga que me conozcas tanto.

Un beso

Lulú Petite

Güicho


Querido Diario:

-¿Te gusta mijita?- Preguntó de pronto Güicho mientras me hacía ver mi suerte con las delicias de su lengua entre mis piernas. Yo, tendida boca abajo, vulnerable, encantada, disfrutando. No respondí, pero volví a gemir todavía sintiendo el placer palpitando en mi vulva.

-Te voy a hacer gozar como se debe- Me advirtió poniéndose de pie. Tomó un condón del buró y se lo puso, zangoloteando la erección frente a mi cara, después volvió a agarrarme de la cintura, estando yo tumbada boca abajo, suelta y sin oponer resistencia, me levantó de nuevo varios centímetros de la cama y así, prácticamente cargándome boca abajo, con mis rodillas rosando las sábanas, mi cara contra el colchón y mis nalgas al aire, sostenidas por sus brazos rígidos y poderosos, apuntó su miembro y, levantándome hacia él, acomodó mi hendidura justo en la punta de su pene. Lo sentí recorrer la ranura entre mis muslos, hasta encontrar el camino para abrirse espacio y me la metió todita, jalándome hacia él. Fue delicioso.

El hombre literalmente me cargaba como si yo fuera una muñeca de trapo y, con sus brazotes, me jalaba hacia su cuerpo y me movía poniéndome unas clavadas que me hacían volar a la estratósfera. Como dice Buzz Lightyear: “Al infinito y más allá”.

De pronto cerré los ojos, clavé los dientes en la sábana, apreté la almohada con las manos y sentí cómo de entre mis piernas, reventaba un río creciente, inundando con su caricia cada arteria, cada vaso de mi torrente sanguíneo, cada fibra de mi sistema nervioso; cómo reventaba en mi nuca y explotaba en mi cerebro como un orgasmo bárbaro.

Yo había terminado, pero él no. Estás de acuerdo corazón que una no va al talón pensando que va a salirse nomás con su orgasmo. Si llega, chido, pero en este negocio la única venida que importa es la del que paga. Había que trabajar la de mi distinguido, amable y cariñoso cliente. Prácticamente sin sacármela ni permitir que me recuperara de mi euforia, me levantó más alto, hizo una pirueta para darme vuelta y así nomás, de un girón me puso de espaldas al colchón. Puso sus manotas bajo mis rodillas y colocando mis pantorrillas en sus hombros, me volvió a empalar.

Me miraba fijamente, eran unos ojos entre cínicos y lujuriosos que me hacían sentir nuevamente hervir la sangre. Me lo metió primero despacito, luego fue acelerando el movimiento, jadeando como una fiera, como un salvaje. Francamente el hombre era feo, él lo sabe y hasta bromea al respecto, pero su virilidad, su forma de coger eran tan abrumadoras que me tenían excitadísima.

Sin dejarse caer del todo, me fue presionando y doblando las piernas hasta que mis muslos se acercaron a mi pecho, en esa posición la penetración era espléndida, profunda, rica. El jadeo se incrementaba como el de un animal bravo, poseído. Vi mis piecitos moverse frente a mí al ritmo de las acometidas, de pronto, me la clavó profundamente, a topar y sentí en ese instante un segundo relámpago navegándome las venas. Un orgasmo traicionero que me hizo cerrar los ojos en el momento justo en que él también se vino, con unos espasmos brutales de su miembro que sentí palpitar en mi vagina y llenar el preservativo. Los dos gritamos como si en la selva de colchones fuéramos las únicas fieras apareándose. Fue sublime.

Había pasado ya la hora contratada cuando me levanté de la cama, todavía con las piernitas temblorosas. Me duché, me vestí y me despedí de Güicho.

En la calle, además del calor insoportable, el tráfico estaba de los mil demonios. Al parecer iba pasando o acababa de pasar cerca de allí una marcha de maestros contra la reforma educativa. Respiré hondo y voltee a ver a mi alrededor. Eran puras caras desencajadas. Atrapadas en sus coches, con el sol quemándoles hasta la imaginación y sin más remedio que esperar. Yo al menos tenía aire acondicionado. Cuando estás en esas, no queda más que pensar en qué pedo con los maestros.

Tengo buenos recuerdos de los míos, desde primaria hasta la universidad. Maestros a quienes les tengo afecto, y de quienes aprendí muchas cosas antes y después de descarriarme.

Sé que hay maestros que no están de acuerdo con lo que pasa en México. Que se oponen a esto o aquello. Está bien, disentir es un derecho. Pero ver maestros tomando avenidas, cerrando carreteras, haciendo pintas y relajo y medio no es la mejor imagen para un docente y desprestigian a los que no se portan así. Me choca cuando alguien habla de los maestros como si fueran vándalos, pero me entristece cuando parece que se portan como tales.

Mañana se celebra a los maestros, mucha gente los admiramos y queremos, pero los queremos en el aula, con los chavitos. Maestros son muchísimos. Si tienen razón en lo que exigen, díganlo en la escuela, no en la calle. Hablen con los alumnos y con sus padres. Nadie llega tan lejos ni tan a cada rincón como el magisterio, desde allí pueden cambiarlo todo. Tomando calles cuando mucho cambian el reporte vial.

Habían pasado veinte minutos y no había avanzado más de tres calles. Entonces recibí una llamada. Era Güicho.

-Qué ondita Lulú- Me dijo -Estoy atrapado en el tráfico, si todavía andas cerquita ¿Qué tal si nos regresamos y mejor me doy otra horita contigo? ¿Puedes?

¿Paga, buena compañía y espléndido sexo en vez del tráfico? Naturalmente me regresé al motel. Cuando salí la ciudad estaba serena.

Un beso
Lulú Petite

P.D. Recuerda: Si estás leyendo esto, se lo debes a quien te enseño a hacerlo. Feliz día del maestro.



Flojita y cooperando


Querido Diario:

Siempre he sido caliente ¿Por qué negarlo? Si después de tanto leer mis travesuras ya sabes de qué pie cojeo, cuándo la marrana torció el rabo, en qué congal me bajaron primero los calzones, cuánto y por qué tan caro, qué motel me late más, en qué posiciones la siento más rico y que el sexo me gusta un día sí y otro también.

Puede estar mal que lo diga, pero soy una mujer atractiva, visto bien, soy educada, estoy en forma, huelo rico, soy joven y dicen que me veo sabrosísima cuando estoy teniendo un orgasmo. Si tengo estos atributos y destrezas no veo por qué no gozarlas y, faltaba más, sacarles provecho. De algo hay que vivir, qué mejor si es de algo que disfruto. Y no pongas tu cara de inquisidor, lo mío no es cinismo, simplemente soy sincera o realista. Ultimadamente, llámale cómo quieras. Mientras no falte pan en mi mesa y calor en mi cama, muy mi pedo la manera en que los consigo.

No sé si siempre fui así, si es algo que traiga por naturaleza o simplemente fui haciendo callo, ya sabes, por la práctica. Cuando tu chamba es recibir el amor carnal de señores de todas las edades, gustos, hábitos y complexiones, quieras o no, a la larga te acostumbras (Y francamente a mí la larga me encanta y estoy muy acostumbrada a ella).

A decir verdad, prácticamente toda mi vida sexual ha estado asociada al mundo de la prostitución. Tal vez por eso no puedo decirte si esta calentura es algo que traigo de fábrica o que se me formó en el oficio. El caso es que necesito hombre. No novio. No te vayas a confundir. El noviazgo tiende a la monotonía y a mí me gusta variarle. No ocupo promesas ni títulos, me basta con tener una espalda masculina de dónde abrazarme cuando siento que me vuelan en las venas las maripositas del orgasmo.

Te digo. Debe ser la fuerza de la costumbre. Ya sabes que empecé en esto muy chavita. Antes de acostarme por dinero con mi primer cliente, sólo había tenido una pareja sexual. El chavo a quien entregué mi virginidad y que durante los primeros años fue algo así como entre novio y padrotito. No es que me mandara a talonear ni mucho menos que me obligara a hacerlo, pero sabía a qué me dedicaba y bien que disfrutaba lo comprado con el sudor de mis nachas.

Antes de él era casta y pura. Claro, no voy a negar que me diera mis buenos besotes y uno que otro faje con un par de noviecitos, pero sin prestar el tesorito, puro cachondeo light. A lo más que llegué, con el gerente de un restaurante en el que trabajaba y que me gustaba de a madres, fue a mamársela después de una fiesta en su casa. No me gustó. La neta es que le apestaba, sabía horrible y me atragantaba. De esas que todavía no sabía cómo meterme una cosa así a la boca sin provocarme arcadas. Entre el sabor, la pestilencia y la invasión a mis amígdalas, iba a acabar guacareándosela, así que terminé sacándoselos con la mano y no volvimos a hablar del tema.

Sencillamente, la calentura es maravillosa. Me sirve para disfrutar la vida, para sentir la adrenalina navegándome en el cuerpo, el deseo haciéndome brincar el pecho, provocando que se me ericen los cabellos, que me lubrique la entrepierna y que los pezones se me pongan duros. Desde luego coger sirve para socializar. No me has de dejar mentir. Después de hacer el amor, no hay nada que esconder, ni mejor manera de romper el hielo, que preguntar si me gusta de a perrito.

El caso es que, con tantas ganas acumuladas, ahora que no tengo alguien con quien poner a rechinar los resortes de mi colchón por el puro gusto de darle placer al cuerpo, con el profe lejos y un muro de contención impidiendo cualquier intento de que alguien se quiera instalar en mi corazón o en mi colchón, he estado de lo más condescendiente con mis clientes ¿Dije condescendiente? Corrijo: He estado de lo más caliente con mis clientes. La neta es que en cuanto me llaman, es como si me retozara una chispita entre las piernas. Inmediatamente siento curiosidad, ganas.

En los años que llevo dedicándome a esto he experimentado muchas sensaciones, desde el miedo hasta la lujuria, pero la curiosidad es cosa nueva. Siéndote franca, hace tiempo, cuando recibía una llamada principalmente pensaba en la paga. En qué cuentas me ayudaría a cubrir. La cogida de la mañana acabalaba para la renta, la de a medio día pagaba el súper y la tercera iba para la colegiatura. Quién estaba detrás de ese dinero no era lo que ponía al centro. Ya que empecé a profesionalizarme, al responder una llamada pensaba en el cliente, si le gustaré, cómo debo arreglarme, qué debo hacer para complacerlo.

Sin embargo, de un tiempo para acá, cuando recibo una llamada la primera pregunta que me hago es cómo será la persona del otro lado de la línea. Si no lo conozco, trato de imaginarlo a partir del tono de su voz. Si ya lo he visto antes, trato de recordarlo y de imaginar las cosas cachondas y divertidas que vamos a hacer. Pienso en mí y lo deseo.

Y así voy todo el camino. Desde que confirmo la cita por teléfono, me ducho, me maquillo, manejo al motel, me anuncio en la recepción, subo al elevador y toco a su puerta, cada momento voy fantaseando sobre la forma en que seré recibida, cómo me besarán, cómo agarrarán mis tetas y lamerán mis pezones, cómo hurgarán entre mi ropa, vencerán mis defensas, acariciarán donde quieran, me cogerán sin importarles tal vez quién soy ni lo que siento, sino en un simple y adulto intercambio de tiempo, de caricias, de sensaciones, de orgasmos, de emociones, de ternura. Ni modo, he descubierto que últimamente soy otra, una muy caliente, muy mimosa. Descubrí que soy muy zorrita.

Hasta el jueves
Lulú Petite



Descubrí que soy


Querido Diario:

Siempre he sido caliente ¿Por qué negarlo? Si después de tanto leer mis travesuras ya sabes de qué pie cojeo, cuándo la marrana torció el rabo, en qué congal me bajaron primero los calzones, cuánto y por qué tan caro, qué motel me late más, en qué posiciones la siento más rico y que el sexo me gusta un día sí y otro también.

Puede estar mal que lo diga, pero soy una mujer atractiva, visto bien, soy educada, estoy en forma, huelo rico, soy joven y dicen que me veo sabrosísima cuando estoy teniendo un orgasmo. Si tengo estos atributos y destrezas no veo por qué no gozarlas y, faltaba más, sacarles provecho. De algo hay que vivir, qué mejor si es de algo que disfruto. Y no pongas tu cara de inquisidor, lo mío no es cinismo, simplemente soy sincera o realista. Ultimadamente, llámale cómo quieras. Mientras no falte pan en mi mesa y calor en mi cama, muy mi pedo la manera en que los consigo.

No sé si siempre fui así, si es algo que traiga por naturaleza o simplemente fui haciendo callo, ya sabes, por la práctica. Cuando tu chamba es recibir el amor carnal de señores de todas las edades, gustos, hábitos y complexiones, quieras o no, a la larga te acostumbras (Y francamente a mí la larga me encanta y estoy muy acostumbrada a ella).

A decir verdad, prácticamente toda mi vida sexual ha estado asociada al mundo de la prostitución. Tal vez por eso no puedo decirte si esta calentura es algo que traigo de fábrica o que se me formó en el oficio. El caso es que necesito hombre. No novio. No te vayas a confundir. El noviazgo tiende a la monotonía y a mí me gusta variarle. No ocupo promesas ni títulos, me basta con tener una espalda masculina de dónde abrazarme cuando siento que me vuelan en las venas las maripositas del orgasmo.

Te digo. Debe ser la fuerza de la costumbre. Ya sabes que empecé en esto muy chavita. Antes de acostarme por dinero con mi primer cliente, sólo había tenido una pareja sexual. El chavo a quien entregué mi virginidad y que durante los primeros años fue algo así como entre novio y padrotito. No es que me mandara a talonear ni mucho menos que me obligara a hacerlo, pero sabía a qué me dedicaba y bien que disfrutaba lo comprado con el sudor de mis nachas.

Antes de él era casta y pura. Claro, no voy a negar que me diera mis buenos besotes y uno que otro faje con un par de noviecitos, pero sin prestar el tesorito, puro cachondeo light. A lo más que llegué, con el gerente de un restaurante en el que trabajaba y que me gustaba de a madres, fue a mamársela después de una fiesta en su casa. No me gustó. La neta es que le apestaba, sabía horrible y me atragantaba. De esas que todavía no sabía cómo meterme una cosa así a la boca sin provocarme arcadas. Entre el sabor, la pestilencia y la invasión a mis amígdalas, iba a acabar guacareándosela, así que terminé sacándoselos con la mano y no volvimos a hablar del tema.

Sencillamente, la calentura es maravillosa. Me sirve para disfrutar la vida, para sentir la adrenalina navegándome en el cuerpo, el deseo haciéndome brincar el pecho, provocando que se me ericen los cabellos, que me lubrique la entrepierna y que los pezones se me pongan duros. Desde luego coger sirve para socializar. No me has de dejar mentir. Después de hacer el amor, no hay nada que esconder, ni mejor manera de romper el hielo, que preguntar si me gusta de a perrito.

El caso es que, con tantas ganas acumuladas, ahora que no tengo alguien con quien poner a rechinar los resortes de mi colchón por el puro gusto de darle placer al cuerpo, con el profe lejos y un muro de contención impidiendo cualquier intento de que alguien se quiera instalar en mi corazón o en mi colchón, he estado de lo más condescendiente con mis clientes ¿Dije condescendiente? Corrijo: He estado de lo más caliente con mis clientes. La neta es que en cuanto me llaman, es como si me retozara una chispita entre las piernas. Inmediatamente siento curiosidad, ganas.

En los años que llevo dedicándome a esto he experimentado muchas sensaciones, desde el miedo hasta la lujuria, pero la curiosidad es cosa nueva. Siéndote franca, hace tiempo, cuando recibía una llamada principalmente pensaba en la paga. En qué cuentas me ayudaría a cubrir. La cogida de la mañana acabalaba para la renta, la de a medio día pagaba el súper y la tercera iba para la colegiatura. Quién estaba detrás de ese dinero no era lo que ponía al centro. Ya que empecé a profesionalizarme, al responder una llamada pensaba en el cliente, si le gustaré, cómo debo arreglarme, qué debo hacer para complacerlo.

Sin embargo, de un tiempo para acá, cuando recibo una llamada la primera pregunta que me hago es cómo será la persona del otro lado de la línea. Si no lo conozco, trato de imaginarlo a partir del tono de su voz. Si ya lo he visto antes, trato de recordarlo y de imaginar las cosas cachondas y divertidas que vamos a hacer. Pienso en mí y lo deseo.

Y así voy todo el camino. Desde que confirmo la cita por teléfono, me ducho, me maquillo, manejo al motel, me anuncio en la recepción, subo al elevador y toco a su puerta, cada momento voy fantaseando sobre la forma en que seré recibida, cómo me besarán, cómo agarrarán mis tetas y lamerán mis pezones, cómo hurgarán entre mi ropa, vencerán mis defensas, acariciarán donde quieran, me cogerán sin importarles tal vez quién soy ni lo que siento, sino en un simple y adulto intercambio de tiempo, de caricias, de sensaciones, de orgasmos, de emociones, de ternura. Ni modo, he descubierto que últimamente soy otra, una muy caliente, muy mimosa. Descubrí que soy muy zorrita.

Hasta el jueves
Lulú Petite



Entre amigos

Diapositiva134
Querido Diario:

¿Puedes sentir el lobby de un hotel como si fuera el vestíbulo de tu oficina? Desde el estacionamiento. Llevo tanto tiempo recomendándolo como el lugar donde más cómoda me siento atendiendo a mis clientes que he terminado por conocer a todos los que allí trabajan. Los que están en el estacionamiento, los de seguridad, las chicas de la recepción, los del bar, las camareras.

Todos son amabilísimos y, al menos a mí, me hacen sentir segura. Francamente nos cuidan, tanto a los clientes como a las chicas. Su trabajo es lograr que el motel sea un lugar para pasarla bien.

Están al pendiente, frente a cualquier anomalía reaccionan y te cuidan. Desde tu privacidad hasta tu integridad. Obviamente, en ese ir y venir les toca ver y oír de todo, mucho más de lo que puedas imaginar y muchísimo más de lo que pudiera contarte.

Desde los gritos de una mujer a quien parece que están desollando cuando se la cogen, un tipo que tuvo que ser llevado al hospital en ambulancia con un juguetito que se le había atorado en salvo sea el agujero, hasta la leyenda urbana de una mujer insaciable que, después de despacharse a dos escort masculinos, fue invitando uno a uno a los trabajadores del motel que quisieran hacerle el favorcito. Escuchas allí las historias más locas y divertidas. Conmigo, además, son adorables. Todos me caen bien, pero uno en especial, de cabello cano, sonrisa amable y ternura en la mirada.

Me hace sentir mucha confianza. Una vez me tocó ver como una ñora, que había terminado su tiempo de hospedaje, lo recibió a zarpazos cuando él fue a avisarle que era hora de entregar la habitación. Le dejó en la cara los surcos de sus uñas postizas, afortunadamente no le quedó cicatriz. No lo ando contando cada que llego, pero ellos saben que soy Lulú Petite.

 El caso es que me siento como en mi oficina, así que llego saludando a todos con una sonrisa y una palabra amable. Me anuncio en el lobby. La señorita marca a la habitación donde me esperan y anuncian mi llegada. Tomo el ascensor y paso lista los detalles. Cabello peinado, perfume en los lugares estratégicos, el aliento fresco, los labios pintados, la cara limpia, la sonrisa franca, el escote provocativo, la falda corta y el cuerpo, disponible. Toc, toc, toc.

 En la habitación espera la cama. Él un hombre alto, barba cerrada, un poco pasado de peso, cabello en pecho y espalda. Me da un beso en la cara, tengo que pararme de puntitas para alcanzarlo. Me dice su nombre, es uno de esos nombres raros, Telésforo o algo así. Me paga.

 Guardo el dinero, pongo música electrónica en mi iPod. He descubierto que es la mejor música para el sexo, ameniza sin distraer. Ayuda a mantener el ritmo y crear atmósfera. Me lavo las manos y regreso con Telésforo. El segundo beso ya fue en los labios. No está mal. Sabe besar el caballero.

De pronto suspende el beso, me da la mano y me lleva a la cama. -¿Me desnudo?- Le pregunto, ente advertencia y cortesía, no quiero arrugar mi ropita acostándome vestida.

 -¿Puedo desnudarte yo?- Responde él.
 -Puedes- Le digo sonriendo.

 Se acerca por mi espalda, baja el cierre de mi vestido y besándome los hombros me lo va quitando despacito. -Estás riquísima- me susurra al oído apretándome las nalgas con las manos. Sus labios se acercan a mi cuello, besa mis hombros y acerca su cuerpo al mío. Siento su barba un poco lijosa mientras me besa la espalda, sus manos trepan por mi abdomen y presionan mis senos desnudos. Me gusta.

 Él está caliente. Su respiración se acelera, creo sentir su pulso corriendo a toda velocidad. Aprieta mis pechos con las dos manos, los junta y los levanta. Me jala suavemente para hacerme girar tenerme de frente, vuelve a poner sus manos en mis tetas y me roba un beso apasionado, cachondo. Aprieta mis pezones con firmeza, sin lastimar, sólo haciendo que se pongan lo más duros posible. Entonces se los lleva a la boca. Los besa, los acaricia, los lame. Pasa su lengua por la areola, traza círculos, busca el sabor, recoge el azúcar y la sal de mi piel, me hace ponerme tremendamente caliente. Fue el principio de un encuentro delicioso.

 Últimamente he andado con unas calenturas tremendas. No sé si es la primavera o simplemente ganas de compensar con sexo laboral la ausencia del profe. A decir verdad, con eso de sus largas estancias en Estados Unidos, no cogíamos tan seguido, pero el sexo por teléfono y por computadora me mantenía nuestra relación con mucha vibra erótica. Ahora que no lo tengo esa energía la canalizo con mis clientes.

Les pongo unas cogidas que salen más contentos chamacos en la mañana de navidad. Bajamos juntos al estacionamiento. Él se subió a su carro y se despidió con una sonrisa. Yo estaba por subirme al mío cuando se me acercó uno de los chavos que trabajan en el estacionamiento del motel.

 -Hola- Me dijo con cierta timidez -¿Te puedo pedir un favor?
 -Claro, dime. -Me regalas un autógrafo- Me dijo con la cara colorada y poniendo un ejemplar de El Gráfico en mis manos. Me emocioné y, claro, le puse una firmita con muchísimo cariño. Ciertamente, me siento como en mi oficina, entre amigos. Hasta el martes Lulú Petite


El guante





Querido Diario:

¿Alguna vez te he contado del congal móvil? ¿De plano no? Fue una época en que dejé de trabajar un rato con el hada y conocí a otras personas que presentaban clientes. Nada del otro mundo. En esa época llegué a trabajar desde prostíbulos de lujo en las Lomas y Polanco, hasta ese peculiar lupanar motorizado.

Trabajé allí menos de un mes, recuerdo que era invierno, porque hacía un frío de los mil demonios. Cuatro chavas nos trepábamos a un coche con chofer y andábamos dando vueltas en la zona de los moteles hasta que entraba la llamada de la jefa, que nos decía el lugar y número de habitación donde nos esperaban. El uniforme para chambear era un abrigo hasta las rodillas y abajo lencería y tacones. Párale de contar. Obvio, con cinco personas apretadas en un carro, si teníamos las ventanas cerradas, era un calor de los mil demonios, pero si las abríamos entraba el invierno con todo y Chilly Willy. Estaba del nabo.

Obvio nos la pasábamos en el güiri-güiri dando el rol como ruleteras por las mismas calles. El chofer calladito y nosotras hablando hasta por los codos. Algo tiene este negocio, que la solidaridad de gremio radica en comentar el tamaño, habilidades, carencias, hábitos, mañas y manías de nuestra adorable clientela. Siempre lo hacíamos con sentido del humor y no para reírnos del cliente, sino para hacer llevadera la noche, fabricar sonrisas.

Ciertamente fuera de las conversaciones, es un gremio competitivo. La que coge cobra, la que no, no. Así que haces lo posible por ser elegida. En el carrito nos tocaba por turno, pero había clientes que pedían a una chava en específico o con características determinadas. En esos casos, solicitud del cliente mataba turno. A mí, por ejemplo, me tocaba cuando la pedían lo más chavita posible, pero me saltaban cuando solicitaban una rubia. En algunos casos nos bajábamos del coche más de una chava, por si el cliente quería elegir. Literalmente, parecíamos un puto mercado sobre “ruedas”.

Claro, todas queríamos que nos eligieran. No sólo porque así cobrábamos, sino para salir del carro, estirar las piernas, acostarnos un rato, cambiar de escenario. Por eso, cuando nos quedábamos con el cliente, lo disfrutábamos. No necesariamente el sexo, aunque he de admitir que no era desagradable, pero disfrutábamos más el cambio de rutina, el estar con alguien, el dinerito que haría que valiera la noche. Y nos portábamos lindísimas, para quedarle bien al cliente y que llamara de nuevo. Claro, si tocaba un tipo sangrón, con malos hábitos, sucio o mala leche, igual lo atendíamos (así es el negocio), pero lo hacíamos con desgano, nada más para cobrar y asegurarnos que no tendríamos que volver a verlo. Que no llamaría de nuevo. Es la forma más cortés de reservarnos el derecho de admisión.

En el carro se trabajaba más o menos bien, pero era muy cansado y había que estar dándole vueltas a las mismas calles toda la condenada noche. La mitad de lo que cobrábamos iba a parar a manos de la dueña del changarro y al final de la semana había que hacer cuentas con el chofer para darle una lana.

Era un tipo amable. Tendría entre cuarenta y cincuenta años, su cara era arrugada, como de bulldog, con los cachetes caídos y el ceño fruncido, pero era súper respetuoso y de buen corazón. Medía casi dos metros y pesaba más de cien kilos, sus manos parecían guantes de baseball y su cráneo era grande como atlante de Tula. El tipo era una montaña y, aunque a mí nunca me tocó ver algo así, si había un problema con algún cliente, él se bajaba a arreglar el asunto. Supongo que, a menos que Mike Tyson estuviera en la habitación, no había nadie que se le pusiera al brinco.

Cobraba bien. Al final de la semana, con lo que le dábamos todas, no salía mal pagado, pero la verdad no me pesaba darle su parte, después de todo era derecho con nosotras y aunque nadie se lo cogía se metía las jodas parejo con nosotras. Tampoco me pesaba pagarle a la señora que nos manejaba la mitad de nuestro ingreso, aunque ciertamente ella no jalaba parejo, sólo contestaba llamadas y distribuía turnos.

Qué bueno que un día descubrí internet. Ciertamente saber que tu trabajo es independiente y que no vas a repartir lo que ganas con alguien que no lo suda, es reconfortante.

El caso es que hace una semana, saliendo de un motel me encontré con que el señor aquel, el tipo amable y grandulón que nos paseaba en abrigos y lencería, ahora maneja un taxi. Ya no está en el negocio de antes, pero lleva y trae a chavas del ambiente que se mueven sin coche propio. Nos reconocimos y nos saludamos. Él, con sus maneras respetuosas de siempre, me regaló una tarjetita y se ofreció a cuidarme. Me dio mucho gusto ver en el asiento del copiloto, un ejemplar de El Gráfico. Le sonreí y le dije que lo pensaría. Se llama Aníbal, pero recuerdo que le decían “el guante”, supongo que por sus manotas. Espero que, si lee esto, le robe una sonrisa o le traiga un buen recuerdo.

Hasta el jueves
Lulú Petite




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